Cuando caes en un pozo todo se tiñe de un negro cegador y el
espacio se vuelve agotadoramente infinito. Es difícil ver como todas las partes que te conforman se van
desmembrando. Es muy difícil ver tu propia destrucción desde el ángulo de un
espectador privilegiado.
Sentís que todo se cae y no hay forma de evitarlo, solo lo
ves. Todo se vuelve agobiantemente intenso y en la oscuridad perdes todo
sentido de ubicación.
Pero al llegar al fondo, espacio que ya conoces y que alguna
otra vez transitaste, no queda otra cosa por hacer más que levantarse. Te caes,
te levantas. Es un ciclo simple, pero muchas veces extremadamente difícil de
cumplir. Y aun cuando podes hacerlo, muchas veces sentís un terrible dolor en
tus rodillas y en tu espalda que te impide sostenerte de pie.
Sin embargo esta vez fue distinto, esta vez al pararme había
una puerta entreabierta. Se veía luz, pero la conmoción del golpe aun era muy
fuerte. Sentí aun más miedo que cuando estaba cayendo. Me sentí solo,
confundido y con una gran angustia que anquilosaba todo mi cuerpo.
Sin embargo esta vez fue distinto. Al cruzar esa puerta empecé
a sentir calma, a sentir mi cuerpo más relajado, más liviano. Casi sin notarlo
sentí como las facciones de mi cara se movían y formaban una sonrisa. Una
sonrisa liberadora, una sonrisa que esta vez no era forzada, que no escondía
llantos secretos, una sonrisa que de verdad reflejaba alegría. Sentí una energía que recorría toda mi
existencia, desbordante, apasionada, intensa. Una energía que me hacia bailar
al ritmo de una libertad que emanaba de mi cuerpo, un baile desenfrenado que rompía
con todas las ataduras que se anudaban en mis brazos y en mis tobillos.
Al abrir los ojos la luz me permitió ver otra puerta abierta
frente a mí. Pero esta vez no sentí miedo, no dude, esa energía que me recorría
me hizo salir corriendo hacia ella y atravesarla. Y esta vez la sensación fue
aun más intensa. De mi espalda salieron alas. Alas que yo sabía que poseía pero
que durante una década estuvieron cerradas. Alas que me hacían sentirme aun más
libre, aun más pleno. El espacio seguía siendo infinito, pero ahora podía
recorrerlo a mi antojo y disfrutar cada vuelo, cada giro, cada movimiento. El
aire abrazaba todo mi cuerpo y la sensación de libertad era infinita. Una
cadena que durante una década me envolvió se destrozaba en miles de pedazos.
Pedazos de una libertad recuperada.
No solo seguía sonriendo, no solo sentía una felicidad que
me desbordaba, no solo volaba libre sino que ahora me sentía pleno. Pleno de
disfrutar mi renacer.
Y en uno de mis vuelos puede ver otra puerta, otra puerta
que a su vez permitía ver otra puerta abierta y aun por la mirilla de esa otra
puerta seguía viéndose luz. Y casi como si existiera una rara aliteración de
puertas y mirillas infinitas, mi vuelo libre y apasionado se encuentra hoy con
miles de puertas por atravesar, miles de sensaciones que desbordan mi
existencia y que con cada paso me generan paz y calma.
Fue muy difícil ver mi propia destrucción como espectador
protagonista. Pero hoy siento lo desbordantemente hermoso de la libertad en
todo mi cuerpo, hoy siento la pasión de esa energía que brota de mi cuerpo, hoy
siento mis alas agitarse con la fuerza necesaria para generar huracanes de
cambios. Hoy, después de años de silencios, enigmas, tristezas, engaños y
dolor, hoy puedo decir que me siento plenamente feliz y con toda la calma y
armonía que por estos días refleja esa sonrisa que acompaña mi rostro.