Llegue a depender de su humillación como el
aire que respiraba.
Su perversión me seducía.
Si no me usaba enloquecía.
Sentía miedo de perderlo.
Me gustaba ver la sangre que brotaba de las
heridas que llevaban su firma.
Deliraba con cada uno de sus dientes clavándose
en mi piel.
Sus torturas me extasiaban de placer.
Solo ante él me sentí verdaderamente desnudo.
La forma en la que me hablaba y me daba órdenes
en la cama,
cuestionaba todos mis posicionamientos políticos
en torno a mi deseo.
El me humillaba y eso me hacia arder.
Recuerdo cuando me dijo al oído: al
fascismo se lo puede joder de muchas maneras.
Y así, abrazados, extasiados, yo creía que lo estábamos jodiendo.
WR
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